Anterior a este número, hay dos entradas referente a Silo (Mario Rodríguez Cobos, fundador del Movimiento Humanista Universalista) que no se documentan aquí, porque son producciones de terceros.
“Compasión por los menos afortunados”
Una aproximación a la vida de Elsita, (1934-2018) una persona que dejó
sus huellas en este mundo, que merecen ser cronicadas.
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Edición gráfica |
Escribe: Hugo Alberto Cammarata
Ciudad de Córdoba 26 de Noviembre de 2019
Se podría decir que Elsita, fue una samaritana. Y sin temor a la exageración se puede afirmar que: fue una buena samaritana.
Si uno recurre al diccionario encontrará la siguiente definición: “m. y f. Persona compasiva que ayuda a otra”. ¿En qué actitudes se la reconocía como tal?.
Las vicisitudes de Elsita, comenzaron allá en el invierno de 1934, en la ciudad de Paraná, Entre Ríos, la adolescencia transcurrió en la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay, en tanto su vida matrimonial en Santa Fe de la Vera Cruz, donde dio a luz a cuatro niños y acogió a una bebé desamparada. Sus largos últimos años transcurrieron en la urbe cordobesa.
En la década del sesenta, una crisis existencial despierta en ella la búsqueda del sentido de la vida. Indaga en el catolicismo y no encuentra respuestas. Ya en la década del setenta, comienza a cuestionar a la iglesia que la acompañaba desde que tenía uso de razón. La primera semilla de esa búsqueda, fue “la palabra hablada” todas la mañanas la radio local, propalaba la palabra de Dios. Eran apenas cinco minutos que su atención se dirigía a escuchar a Enrique Chaij: “Una luz en el camino”. En esa década se anima y concurre al culto evangélico de un popular pastor de Santa Fe. A fines de la década del setenta, en su nuevo destino, en la ciudad de Córdoba, afianzará esa creencia.
Luego de este breve racconto, nos abocaremos a repasar su “obra Samaritana”, solo enumeraremos unas pocas historias de más de una docena de casos.
El Pirincho y el porteño.
En una casilla de dos ambientes, construida con maderas de cajones de embalaje de autos alemanes, fue la solución a los continuos cambios de domicilio. El techo de paja, chapas de zinc y cielorraso de “chapadur” servían para las correrías de las lauchas que habitaban el lugar.
En este humilde lugar, “la Elsita” comenzó la misión de acoger a “desamparados de la vida”. A un costado de la cocina comedor, una cama de una plaza y media, separada por la improvisada cortina, alojaba a los “pasajeros” desterrados.
La hermana mayor, junto a su esposo, el porteño, ocuparon el mismo techo, por un par de semanas. El porteño, era un “degustador experto” de vino de mesa hasta la última gota. En una ocasión se levantó “dormido” y orinó al costado de la cama, como si estuviera en el baño. ¿Se lo podría tomar como una bendición papal, al porvenir de Elsita?
“Pirincho” y esposa encontraron “solaz” por un par de meses en el mismo lugar. Los días transcurrieron en paz, él cada tanto se ausentaba porque trabajaba en el norte y la mujer, aprovechaba para visitar a sus parientes. Es justo decir que estos “pasajeros” ayudaron con el sustento diario, como una forma de agradecimiento.
Con el tiempo, la casilla se transformó en un departamento como dios manda, pero una hipoteca impagable rompió el encanto y a Córdoba Elsita cayó, atraída por la ilusión de una vida mejor. Al poco tiempo trajo a sus tres hermanos quienes vivieron bajo el mismo techo por un tiempo. La hermana mayor, Mirella, regresó y terminó sus días bajo el mismo techo que Elsita.
La actitud de socorrer a los desafortunados se potenció, en su nuevo hogar, siempre secundado por el “lalo”, su esposo. Si bien pasó mucha gente con distintas problemáticas, solamente se retrataran en esta oportunidad, dos casos aleatorios a modo de ejemplo.
Elkink (Seudónimo)
Cuenta la leyenda, que una noche fría y lluviosa, apareció “la Elkin”, trasladada por un taxi, pidiendo alojamiento, para pasar la noche en ese hogar que solo conocía por referencia. Claro está que esta señora, no era desconocida para Elsita y su flia., era su patrona. Porque Elsita, no solo se dedicaba a limpiar casas, sino que entablaba con sus patrones una relación extra laboral, mediada por la “palabra del Señor”. Es así que esta señora que clamaba ayuda, consiguió pernoctar esa noche en su casa. Cuando su alojada se durmió, Elsita, tomó la biblia y repasó “las bienaventuranzas”. Cerró los ojos, y una leve sonrisa dibujó sus labios, afuera la noche voraz avanzaba.
Un peruano, como peludo de regalo.
La historia es borrosa, deslucido por el paso del tiempo.
El microcosmo, llamado Internet, que lleva a cualquier mortal a traspasar las fronteras geográficas sin límite alguno, conocer personas allende los mares.
Si bien, la red fue impulsada por la factoría militar del “imperio”, con el tiempo fue y es una buena “arma” para las transacciones financieras y para que no todo gire alrededor del vil metal, también hay espacios para conocer gente, que eventualmente pueden transformarse en “el amor de la vida”. Y es aquí que ese fenómeno virtual adquiere corporeidad. “J”, el “peruano” no resultó ser lo que el monitor mostraba en multicolor, su piel no era blanca, sino trigueña, su forma de hablar tan correcta no encajaba en los oídos de la enamorada “nieta”, a esta altura “desamorada” y menos aún a su familia, quienes pensaban que no era un buen “partido”.
A Elsita le angustió mucho esta situación, creía injusto el mal trato y el ninguneo después de tan largo viaje. ¿Y ahora? ¿Quien se hace cargo del desilusionado?, coherente con su prédica lo alojó en su casa. Mariela y ella incorporaron distintas estrategias para adaptarse y ayudar al huésped no querido. Así a la buena de dios, se hicieron cargo. Por Supuesto que guardaron recaudo hasta conocer sus buenas intenciones y entrar en confianza. Se encerraban con llave todas las noches, por las dudas. Si bien Elsita, demostró una actitud amable, consejera y compensadora, al comprobar que su nieta le había dejado un paquete, con el tiempo se cansó, “J”. se tuvo que resignar (o lo resignaron) y no le quedó otra que dejar la casa de la “abuelita”.
Final agridulce
Si bien Elsita, con el tiempo lo recordada con gracia, fue un trago amargo, hizo todo lo que tenía a su alcance, diariamente leía la biblia para èl, lo invitaba a la iglesia, le daba de comer a cambio de nada. Cargó con las decisiones mal tomadas, en principio por una jovensita inexperta en amores.
Toda su energía estaba puesta en ayudar al prójimo, y no siempre le salió bien. La unión de la familia era su norte, luchó hasta el final de sus días, a pesar que sus palabras quedaban muchas veces en saco vacío, nunca cejó por esa unión familiar.
Queda mucho por contar de Elsita, una persona querible y admirada, que soportó muchas veces la ingratitud de sus seres muy cercanos, ella nunca bajó los brazos. Perdonó desde su lecho de muerte, y selló los secretos familiares más abyectos, para lograr la tan ansiada unión.
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